Paralizada en Granada

Tenía 50 años y me había postulado para ingresar a la facultad de derecho. Estaba esperando con gran ansiedad que me informaran si había sido aceptada, así que para distraerme decidí realizar un viaje de buceo a Granada.

Después de un excelente primer día de buceo, el segundo día me levanté temprano con ganas de más. Preparé mi equipo fotográfico y subí al catamarán para realizar un buceo en grupo con un guía. Buceamos en el Shakem, un popular naufragio con una profundidad máxima de aproximadamente 26 metros (85 pies) en el lado caribeño resguardado de Granada. El buceo duró 37 minutos e incluyó un largo ascenso en el arrecife y una parada de seguridad de cuatro minutos.

Durante el buceo no experimenté ningún problema; tomé fotos y permanecí con el grupo. Después de la parada de seguridad, salí a la superficie y me dirigí al barco con la ayuda de una sirga (en la superficie había un poco de corriente). Mientras subía por la escalera sentí un espasmo en la parte superior de la espalda; en un primer momento no pensé que fuera algo serio. Me quité el compensador de flotabilidad (chaleco) y el cinturón de lastre y me senté para descansar. Les dije a los demás buzos que no participaría en el segundo buceo.

En un lapso de 10 minutos el dolor se había propagado a todo mi cuerpo y sentía una fuerte presión en el pecho. Comencé a sentir hipersensibilidad en la piel, estaba débil y tenía náuseas. Decidí quitarme el traje de neopreno, pero cuando intenté levantar el pie derecho para quitarme la bota no pude moverlo. En cuestión de minutos no pude mover más las piernas y me di cuenta de que ambas estaban paralizadas. A esta altura sabía que estaba en problemas. Le pedí oxígeno al capitán y, felizmente, había un cilindro lleno a bordo. Comencé a inhalarlo de inmediato y, después de un rato, ya lo había consumido todo.

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El capitán se comunicó por radio con la tienda de buceo mientras el barco navegaba a toda velocidad hacia la costa. Mientras tanto yo les decía llorando que necesitaba ir al baño y que mi vejiga iba a explotar. Cuando llegamos, dos hombres fuertes me tomaron por debajo de los brazos, me sacaron a rastras del barco y me subieron a un automóvil, y luego fui trasladada al consultorio de un médico local. El personal médico del lugar me sentó en un inodoro y no salió nada.

En ese momento, mi prioridad era llegar al hospital para que pudieran colocarme un catéter lo antes posible. Fuimos a toda velocidad al St. Augustine’s Medical Services, un pequeño hospital privado cerca de St. George’s, donde un médico vació mi vejiga de inmediato, me puso una vía intravenosa en el brazo y comenzó a administrarme oxígeno. El personal de buceo ya se había comunicado con DAN®, donde el personal médico ofreció asesoramiento al médico sobre mi tratamiento de emergencia provisional. En DAN también organizaron —sin hacer preguntas— que una ambulancia aérea me trasladara a baja altitud desde Granada hasta Barbados, donde había una cámara hiperbárica. Recuerdo pensar lo aliviada que me sentía de ser miembro de DAN y de tener su seguro contra accidentes de buceo. (Nota del editor: tanto Granada como Barbados tienen cámaras hiperbáricas que han estado disponibles para tratar a los buzos. La disponibilidad de las cámaras siempre está sujeta a cambios según el mantenimiento, el personal y otros factores. Si sospecha que puede necesitar una cámara hiperbárica, llame al médico de emergencia local, luego llame a la línea de Emergencia de DAN).

Los sucesos que siguieron fueron confusos. Me preocupaba estar paralizada, pero también pensaba analíticamente sobre qué sucedería a continuación. Me administraron algunos medicamentos para calmarme, pero yo seguía nerviosa. Recuerdo viajar en una ambulancia desde el hospital hasta la pista, donde fui elevada por una especie de montacargas y colocada en un avión de evacuación médica. Respiré oxígeno puro durante todo el trayecto.

Ya en tierra en Barbados me recibió una ambulancia y fui trasladada directamente a la cámara en la base de la Fuerza de Defensa de Barbados. La cámara, que desde entonces ha sido reemplazada por una más nueva, era apenas lo suficientemente grande como para albergar a un paciente y un asistente, que me ayudaba a colocarme y quitarme la pesada máscara de oxígeno cada 20 minutos y se comunicaba con el operador de la cámara.

Pasé 10 días en Barbados, ocho de los cuales incluyeron de cinco a siete horas en la cámara. Cada día notaba mejoras graduales en mi equilibrio y mi fuerza, y para el final de mi estadía ya podía ponerme de pie desde mi silla de ruedas y caminar lentamente con un andador. Después de 10 días el médico tratante, Michael Brown, M.D., en colaboración con los médicos de DAN, decidió que había mejorado todo lo que podía, y se hicieron preparativos para mi traslado en avión de regreso a mi casa en Nueva York.

En DAN se encargaron de los arreglos necesarios para que un acompañante médico volara a Barbados y me acompañara a Nueva York. Me proporcionaron una silla de ruedas y oxígeno suficiente para todo el viaje. Una vez más, una ambulancia me recogió en el aeropuerto y me trasladó al Hospital Mount Sinai, donde fui internada en la unidad de rehabilitación de lesiones medulares del hospital. Inmediatamente me realizaron un examen de ultrasonido Doppler y descubrieron una trombosis venosa profunda (TVP) detrás de mi rodilla derecha. Comencé a tomar anticoagulantes e inicié un intenso régimen de terapia física y ocupacional en la unidad de rehabilitación de enfermedades agudas para lesiones de la médula espinal del Hospital Mount Sinai. Yo era la única paciente cuya lesión no incluía una

El día después de mi llegada al Mount Sinai, mi novio me trajo mi correspondencia y, para mi sorpresa, mientras estaba de viaje había sido aceptada para estudiar en la Facultad de Derecho de Nueva York. En ese momento no creí que fuera posible asistir, pero envié mi depósito y me comprometí a hacer el mayor esfuerzo posible para lograrlo. Cuatro meses más tarde me convertí en una estudiante de primer año de la facultad de derecho y pasé los tres años siguientes haciendo malabares entre mis necesidades físicas (que incluían continuar con la terapia física) y una rutina de estudio intenso. Rendí el examen del Colegio de Abogados de Nueva York tres veces y finalmente lo aprobé a la edad de 55 años. Hoy en día camino con un bastón y trabajo desde casa como consultora y abogada especializada en la intersección de la música, los derechos de autor y la tecnología.

Estoy agradecida por los increíbles conocimientos de los profesionales de DAN sobre la enfermedad por descompresión y su rápida respuesta frente a mi necesidad de recibir atención médica en una cámara hiperbárica. También agradezco la manera en que en DAN manejaron mis gastos médicos: ellos pagaron directamente por la evacuación médica a Barbados y el traslado a mi casa en Nueva York —yo nunca vi una sola factura—. Yo pagué los gastos de hospital en Granada y Barbados con mis tarjetas de crédito, pero recibí un reembolso de DAN, incluidos los costos de las llamadas telefónicas a los Estados Unidos desde el hospital. Además, DAN cubrió mis copagos médicos por las consultas con el médico y la terapia física durante todo un año desde la fecha de mi lesión.

Ya no buceo más, pero aún disfruto del agua, la vida silvestre y la exploración. Actualmente mi novio y yo somos apasionados kayakistas, y exploramos los lagos, ríos y reservas de Nueva York, Nueva Jersey y Connecticut. En lugar de tomar fotos de peces ángel y corales, hoy en día capturo imágenes de garcetas, garzas azuladas y tortugas tomando sol.

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