He sido un fanático de los fósiles toda mi vida. En 2012 me mudé a Charleston, Carolina del Sur, y en los últimos 10 años pude convertir un pasatiempo en una forma de ganarme la vida. Bucear con aire comprimido en busca de dientes de megalodón en los ríos cercanos llenos de fósiles, como Cooper River, parecía el paso más lógico siete años atrás, y desde entonces no he vuelto a mirar atrás.
Hago alrededor de 300 buceos al año: 200 en el verano boreal y luego buceo con un traje seco en el invierno. Mis compañeros y yo hemos visto caimanes en el agua en el pasado, por lo que me he preguntado qué haría si uno me atacara.
Un día había encontrado seis grandes dientes de megalodón y estaba extasiado mientras me alejaba de la orilla del río a profundidad hacia el centro del río para ascender de manera segura. Justo antes de salir a la superficie, controlé mi medidor de aire y vi que me quedaban 600 psi, así que mi gestión de la mezcla respiratoria había estado muy acertada para finalizar el buceo con éxito. Inflé mi compensador de flotabilidad (chaleco) al máximo y me volví hacia la embarcación.
Fue entonces cuando vi a un caimán excepcionalmente grande a aproximadamente 12 metros (40 pies) de distancia que se movía rápidamente hacia mí desde la orilla. Había estado esperando que yo saliera a la superficie y era inquietantemente silencioso para su tamaño. Me quité el regulador y pedí ayuda a gritos. El caimán aumentó la velocidad y se lanzó fuera del agua, exponiendo así la piel más clara de su pecho. El agua que fluía en su estela era el único sonido.
El caimán cruzó la distancia entre donde me encontraba y la orilla en unos tres segundos. Volví a colocarme el regulador en la boca, sabiendo que no podía escapar. Me preparé para el ataque y sentí un terror absoluto mientras el caimán se dirigía hacia mí. En un cordel sujeto a mi muñeca derecha había un destornillador que utilizo para arrastrarme por el fondo del río. Agarré el destornillador y levanté ese brazo para proteger mi cabeza. Cuando el caimán intentó morderme la cabeza, hice un esfuerzo por apuñalarlo, pero el destornillador rebotó en su quijada. Luego el caimán me mordió el brazo.
Un instante de dolor agudo dio paso a un extraño entumecimiento mientras mi brazo destrozado estaba atrapado en las fauces del caimán. Me había alcanzado directamente en el antebrazo y me estaba mirando fijamente. Un extremo de su boca estaba en mi codo y podía ver mi mano derecha colgando del otro lado. Miré sus enormes ojos y tuve la sensación de que me veía como nada más que comida. Saber que eres la próxima comida de un animal genera un nivel de miedo completamente diferente que solamente puedo describir como una pesadilla de la niñez donde eres devorado por un monstruo.
Como temía que el caimán girara y me arrancara el brazo a la altura del codo o el hombro, intenté abrazarlo desde abajo. Estiré el brazo izquierdo sobre su nariz y me aferré firmemente a sus dientes superiores. Tengo una altura de 1,88 metros (6 pies 2 pulgadas), pero el caimán era tan robusto que cuando intenté rodear su cuello con mis piernas no me fue posible juntar los pies.
Cuando me aferré al caimán, descendió aproximadamente 1,2 metros (4 pies) bajo la superficie, arrastrándome con él, y luego se quedó quieto. No hubo forcejeo. Me di cuenta de que me estaba manteniendo allí hasta que me ahogara y me convirtiera en su comida. Después de intentar abrirle la boca sin éxito, estiré la mano izquierda para agarrar el destornillador que estaba colgando de mi muñeca derecha inmóvil, lo alineé con el ojo del caimán y se lo clavé con todas mis fuerzas.
El caimán se revolcó en una explosión silenciosa con una fuerza bruta asombrosa y sentí cómo mi brazo se quebraba en su boca mientras él se sacudía tan fuerte que perdí mi agarre sobre su cuerpo. Cuando sus movimientos violentos se detuvieron, quedé desparramado como una estrella de mar frente a él.
“Ahora seguramente va a empujarme”, pensé. Abracé al caimán para volver a darle en el ojo, sin anticipar lo que hizo a continuación. El animal volvió a sumergirse y me llevó hasta unos 15 metros (50 pies), hasta el fondo del río de aguas oscuras. No tuve la necesidad de compensar, ya que los gritos que salían a través de mi regulador se encargaron de eso.
Estaba en medio de una oscuridad total con nada más que el sonido y la sensación del agua que fluía a mi alrededor. Mi cuello y mis hombros golpearon el fondo primero, y luego el caimán cayó directamente sobre mí, aplastándome contra el suelo. No se movió. Simplemente se quedó quieto, esperando que yo dejara de luchar.
La linterna que colgaba de mi muñeca izquierda estaba encendida y creó un horroroso efecto de luz estroboscópica mientras se balanceaba. Cuando destellaba sobre el caimán, lo único que podía ver era la parte frontal de su boca. Seguí intentando inclinar mi cabeza a un lado, estirando el cuello para ver al caimán, pero luego me rendí y me entregué a la oscuridad, intentando hacer todo mediante el tacto. Sabía que no tenía mucho tiempo. Con cada respiración, estaba un poco más cerca de la muerte.
Puse la mano izquierda en el hocico del caimán y la deslicé por su quijada para alcanzar mi otra mano y el destornillador que esperaba todavía estuviera sujeto. El destornillador aún estaba en el cordel, así que lo tomé, pero no podía ver lo suficientemente bien para volver a darle en el ojo. Tenía que intentar otra cosa.
Palpé la mandíbula del caimán en busca del gran diente del medio, ubiqué la punta del destornillador en la encía y los dientes y se lo clavé tan fuerte como pude. El destornillador se enterró en su mandíbula y el caimán repiqueteó los dientes y volvió a sacudirme. No fue tan violento como en la superficie, pero me dolió más con el brazo fracturado. El movimiento había llevado mi mano y mi brazo nuevamente hacia el frente de su boca y sentí un impulso de motivación. ¡Ya casi estaba libre! Intenté liberar mi brazo, pero sentía el mismo agarre completamente cerrado de antes.
En ese momento me quedé sin aire —mi última inhalación a través del regulador fue a medias. Había estado respirando tan rápidamente durante todo el enfrentamiento que resultó doloroso verme obligado a parar. Una derrota devastadora reemplazó la motivación que había sentido segundos antes.
“Eso es todo”, pensé. “Esto es real y ahora voy a morir”. Recordé que mi chaleco estaba inflado y confié en que mi cuerpo, o parte de él, flotaría hacia la superficie para que alguien pudiera recuperar mis restos.
¿Qué quería hacer en mis últimos segundos de vida? Sabía que mi brazo estaba perdido —el caimán estaba demasiado aferrado a él—. “No necesito tanto este brazo”, pensé. El caimán probablemente había atravesado algunos tendones y había desarticulado o dislocado mi brazo, por lo que solo debía jalar con mucha fuerza. Quizás el brazo simplemente se desprendería. Era mi última oportunidad, lo último que podía hacer.
Todavía abrazando un poco al caimán, empujé hacia arriba, puse los pies debajo de su quijada, me encogí todo lo que pude y me impulsé hacia atrás con toda la fuerza que tenía. Mientras jalaba tan fuerte como podía para intentar arrancar mi brazo, sentí que me liberaba. La corriente del río me alejó de inmediato, y mi chaleco completamente inflado comenzó a elevarme hacia la superficie.
Me preparé para otro ataque cuando mis pies pasaron junto a la boca del caimán, pero no sucedió nada. Quería salir disparado hacia la superficie, pero sabía que no debía ascender demasiado rápido. Así que comencé a aletear lateralmente tanto como pude para intentar controlar mi ascenso y alejarme lo más que podía del caimán.
Salí a la superficie a 6 metros (20 pies) de la embarcación. La tripulación, que había estado buscándome desde que me habían visto desaparecer bajo la superficie entre espuma, burbujas y los movimientos violentos del caimán, me subieron a bordo por las axilas.
Luego miré mi brazo derecho por primera vez y me di cuenta de que aún estaba unido a mi cuerpo. Intentar moverlo fue realmente en vano, y sentí cómo los huesos se desplazaban en su interior. Había una cantidad impactante de sangre derramándose en la embarcación, y tuve que sostener mi brazo firmemente, ya que cada pequeña ola que el barco golpeaba de camino al muelle era agonizante.
Posteriormente me reuní con un biólogo experto en caimanes del Departamento de Recursos Naturales de Carolina del Sur (South Carolina Department of Natural Resources) para una entrevista. Hasta donde él sabe, soy la única persona que sufrió un ataque de este tipo y sobrevivió. Pensé cuántos cientos de criaturas a lo largo de miles de años han experimentado sus últimos momentos ahogándose en la oscuridad, esperando ser comidas. Ser parte de ese grupo de animales es una sensación sumamente extraña.
El biólogo tenía la teoría de que el caimán no me hizo rodar para arrancarme el brazo debido a su tamaño. Era lo suficientemente grande como para no querer solo una parte de mí —quería todo mi cuerpo—. El biólogo consiguió el cráneo más grande que pudo encontrar, uno de un caimán de 4 metros (13 pies) y lo sostuvimos junto a mi brazo. La cabeza parecía comparativamente pequeña, y las marcas de mordida que tenía en el brazo eran un poco más anchas que la mandíbula del cráneo.
Defenderme y hacer que el caimán reconsiderara su selección de comida es una parte importante de cómo sobreviví. No dejar de esforzarme para superar la situación hasta el final también fue vital. El traje semiseco de 7 mm que estaba usando también ayudó a salvarme, ya que los dientes del caimán no pudieron penetrar mi brazo como lo habrían hecho con un traje más liviano. El traje también actuó como un torniquete y un vendaje de compresión una vez que liberé mi brazo.
Si el miedo me hubiera paralizado y no hubiera reaccionado al levantar mi brazo, el caimán me habría atacado directamente en la cabeza y la habría destrozado. Fue un movimiento defensivo, pero tuve suerte de que funcionó.
No obstante, el factor más importante fue el aire que me quedaba en el tanque —sin él no habría sobrevivido—. Si no hubiera planificado la gestión de mi mezcla respiratoria y finalizado el buceo de manera conservadora con aire de sobra, probablemente habría sido la comida del caimán.
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Mire una entrevista con William Georgitis sobre el ataque del caimán.
© Alert Diver – Q3 2024