Déjenme decir esto claramente: los cocodrilos son grandes depredadores y, en el lugar y el momento incorrectos, los humanos son presas potenciales. Hay excepciones, pero la mayoría de estos maravillosos reptiles primitivos no desaprovecharán un encuentro con una posible presa. Al nadar en un hábitat de reptiles, debe saber con quién y con qué puede encontrarse; de lo contrario, no debe ingresar al agua.
David Doubilet y yo nos encontrábamos desarrollando un trabajo para National Geographic en el Parque Nacional Jardines de la Reina en Cuba. Teníamos ocho cortos días de trabajo para capturar en imágenes la magia del Caribe de antaño en este museo marino. Con un “¡EY!” que resonó a través de su regulador, David interrumpió mi obsesión por una medusa que flotaba sobre mí. Él nadó hacia mí y disparó una serie de flashes que no necesitaron interpretación alguna.
Giré y me encontré cara a cara con un cocodrilo americano. Mientras saludaba a mi visitante reptil para nada agresivo, le hice una seña a Dave con el pulgar hacia arriba y dije: “¡hola, guapo! ¡Mírate!”, y capturé su retrato. Después de tomarle algunas fotos, se aburrió de mí y se desplazó con la corriente para hacer otras cosas típicas de los cocodrilos, y yo regresé con mi medusa.
Cuando algunas personas ven la imagen de David con el cocodrilo a unos pocos centímetros de mí, sus reacciones incluyen sorpresa, asombro, enojo y horror, y dicen: “¡¿cómo pudo hacerlo?!”. ¿Cómo pudo su esposo tomar una fotografía y no salvarla? Mi respuesta es la siguiente: David me advirtió como correspondía y nadó rápidamente hacia mí. Yo era una visitante en el entorno de esta criatura, y en estas circunstancias había más datos conocidos que desconocidos, por lo que no me sentí amenazada.
Los cocodrilos americanos (Crocodylus acutus) que residen en Jardines de la Reina habitualmente comparten sus aguas con personas que hacen snorkel y buzos. Tuve la suerte de poder disfrutar de un encuentro con este símbolo de un ecosistema intacto que apoya a los grandes depredadores, y la imagen es una oportunidad para debatir sobre la conservación marina. Como periodistas, tenemos cuidado de nunca sugerir que es seguro nadar con cocodrilos o dejar que nuestras imágenes aparezcan con titulares sensacionalistas que fomenten el miedo y el desprecio por la vida marina, y hemos tenido muchos pedidos de ese tipo.
No sentí la misma comodidad trabajando en aguas habitadas por cocodrilos del Nilo (Crocodylus niloticus) en el delta del Okavango en Botsuana una década antes para una historia llamada “Delta milagroso”. La idea de la historia fue desarrollada mientras tomaba un escocés en Washington cuando mi colega fotógrafo de vida silvestre, Frans Lanting, señaló: “en el Okavango hay agua cristalina durante un mes, y nadie ha observado con atención debajo de la superficie”. Cuando hay lugares sin explorar, siempre hay un motivo. En este caso, había dos motivos: hipopótamos y cocodrilos del Nilo.
Estábamos buceando en Okavango Panhandle con nuestros guías, Brad Bestelink y Andy Crawford —que nos habían enseñado que los cocodrilos grandes perciben nuestras vibraciones en el agua y se acercan— con la esperanza de encontrar un nuevo cruce de vida silvestre. Con esto en mente, nunca buceábamos en el mismo lugar dos veces y nunca nos quedábamos más de dos horas. Mientras tomábamos fotografías en un jardín de lirios y papiros que desde abajo se veía como una pintura de Monet, Brad nos hizo una seña para indicar que se nos había acabado el tiempo. David respondió con la familiar súplica de un fotógrafo para que nos dieran un poco más de tiempo, solo una imagen más. Brad se puso firme y dijo: “afuera quiere decir afuera, David”. Pusimos mala cara y nos desplazamos con la corriente hacia otro punto.
Horas más tarde, David pidió regresar al mágico lugar para una sesión nocturna. Brad aceptó y navegamos por la oscuridad con seguidores en la proa. Mientras tomábamos la curva, exclamé: “¡santo hipopótamo”. Había un hipopótamo gigante justo donde habíamos estado trabajando. Brad me dio su luz y nos sorprendió descubrir que la enorme figura no era un hipopótamo. Un cocodrilo del Nilo de más de 4 metros (14 pies) de largo se había apropiado del lugar donde queríamos zambullirnos. El viaje de regreso al muelle fue muy silencioso. De vuelta en nuestro cobertizo, sin demasiada calma le pregunté a David: “¿qué estamos haciendo aquí? ¿En qué estábamos pensando?”.
Unas semanas después, regresamos dotados de una confianza cada vez mayor, una ceremonia chamán local (solo para hombres) para proteger a David de los cocodrilos y lo que debió ser un evidente lapsus de memoria. Aprendimos sobre las guaridas de cocodrilos ocultas debajo de los papiros —depresiones submarinas donde los cocodrilos suelen dormir. Nuestro plan seguro consistía en explorar una guarida al mediodía cuando los cocodrilos tomaban sol en la orilla. Todos los miembros del equipo nadamos hacia el recinto donde encontramos un fondo de arena blanca, un oscuro techo de raíces de papiro y túneles de un metro de ancho que conducían a quién sabe dónde. Encendí la cámara mientras David fotografiaba la sala de estar de los reptiles, donde docenas de huellas de cocodrilo de la mitad del tamaño de mi aleta se entrecruzaban en el suelo. Había muchos lugares en los que prefería estar en lugar de mirar fijamente el oscuro túnel frente a mí, por lo que le hice una seña de Dave para que se apurara.
Unas noches más tarde, alrededor del fogón, un ictiólogo que estaba de visita nos enseñó sobre el chillón de Zambeze. El chillón del alto Zambeze (Synodontis woosnami), una especie de pez gato invertido típico de Botsuana, es de color amarillo brillante con puntos negros y solo sale por las noches. Al sentir que nuestra historia de Okavango de alguna manera quedaría incompleta sin él, planificamos un buceo nocturno en el canal de Nxamasere para documentar a esta maravilla del mundo de agua dulce de África.
Elaboramos nuestro plan para encontrar al chillón, que comenzó con un viaje en barco al canal que desemboca en el río Okavango principal. Los tres equipos serían: nuestro equipo del barco (un piloto, un seguidor y un tirador) y dos equipos de buceo: David con Brad y yo con Andy. Los guías nos dirigirían y estarían completamente a cargo del buceo, sin excepciones.
Brad, que estaba equipado con una luz extra, también nos mostró los “paradores de cocodrilos” que cada guía llevaría con él. “Es solo un palo puntiagudo”, señalé, preguntándome cómo sería de utilidad contra un cocodrilo. Brad respondió: “si ves a un cocodrilo, úsalo para matarte”. “Entendido”, respondí. Nuestras instrucciones finales fueron nunca nadar cerca del borde o debajo de los papiros bajo ninguna circunstancia y salir a la superficie inmediatamente si escuchábamos disparos, golpes o el motor del barco en marcha. También debíamos tener cuidado de desplazarnos a la deriva demasiado rápido y ser arrastrados hacia el río principal; el equipo del barco no sabría qué había sucedido, pero los cocodrilos sí.
David y Brad se lanzaron a las aguas oscuras primero y desaparecieron rápidamente, y yo por un momento pensé: “él es el talento de National Geographic y tuvo la ceremonia contra los cocodrilos. ¿Es realmente necesario que yo vaya?”. La conciencia y la curiosidad se apoderaron de mí mientras Andy y yo dimos una gran zancada en la noche de Botsuana y nos lanzamos al río.
La luz de Andy hacía un círculo vergonzosamente pequeño en el fondo. Nosotros mismos lo resolvimos: yo apunté mi brazo estroboscópico hacia abajo y comenzamos a explorar. Una alfombra de lo que parecían hojas del otoño de Vermont cubría el fondo. Nos desplazamos a la deriva lentamente, quitando capas para poder ver el fondo; finalmente logramos revelar la presencia de bigotes amarillos y un cuerpo con puntos negros. Este era el motivo por el que estábamos allí, y era justamente donde no debíamos estar. Andy clavó el palo espanta-cocodrilos en la arena y lo usamos para enfrentarnos a la corriente. Tomé varias fotografías antes de que el chillón se alejara nadando. Lo seguimos, pero lo perdimos rápidamente.
Mientras intentábamos determinar nuestra posición, apuntamos la luz hacia arriba y vimos una mata de papiros sobre nosotros. Estábamos adentro de una sala de estar de cocodrilos llena de huellas. Andy apuntó la luz a su cara, hizo un gesto como si se rebanara la garganta con la mano y comenzó a nadar de regreso. Acabábamos de irnos del recinto cuando escuchamos los motores a toda marcha y el inconfundible sonido del metal golpeando metal. Llenamos nuestros compensadores de flotabilidad y recorrimos los 3 metros (10 pies) hacia la superficie a toda velocidad.
Conseguí apenas decir: “¿qué...” cuando los miembros del equipo del barco nos agarraron de la capucha y el pelo para sacarnos del agua, sin usar ninguna escalera ni brindarnos ninguna explicación o disculpa. Brad y David ya estaban a bordo. Nos habíamos desplazado a la deriva demasiado rápido y estábamos a metros de desembocar en el río. El seguidor del barco nos mostró muchos pares de ojos rojos brillantes en la orilla al final del canal de Nxamasere, justo donde nosotros habríamos terminado.
Felizmente, obtuvimos lo que fuimos a buscar sin sufrir ningún incidente y pudimos publicar nuestras imágenes del chillón de Zambeze. El entorno submarino en el delta del Okavango es un lugar mágico repleto de sueños y peligro. Nunca debería ser considerado un destino de buceo, pero ahorre su dinero y contemple la posibilidad de hacer un safari allí; le tocará el alma.
© Alert Diver —primer trimestre 2021.