El aguijón del diablo (Inimicus didactylus) es un miembro de la familia Scorpaenidae, que también incluye al pez león venenoso, el pez piedra y el pez escorpión. Estos peces ocultan dagas glandulares productoras de veneno dentro de sus aletas dorsales, pélvicas y anales. Los buzos —especialmente los fotógrafos submarinos que pueden concentrarse en una criatura mientras otras se acercan furtivamente debajo de sus piernas— deben tener cuidado con las sutiles maniobras de defensa de estos animales.
Si bien la mayoría de los peces escorpión son depredadores que emboscan a sus presas, el aguijón del diablo es un poco diferente. Tiene muy mal genio y protege su nido, cónyuge o territorio atacando a sus enemigos.
La verotoxina (VTX) del aguijón del diablo es una toxina proteica que es potencialmente venenosa para los humanos. Es un animal venenoso —que proporciona una toxina a través de una picadura o mordedura en lugar de por ingestión, inhalación o absorción de una criatura venenosa— y las espinas de su espalda son el peligro. Su toxina causa dolor intenso, debilidad respiratoria, daños al sistema cardiovascular y convulsiones o parálisis. A veces puede provocar la muerte, dependiendo del lugar de la picadura, la cantidad de toxina y la capacidad del cuerpo para defenderse.
Mientras disfrutaba de un buceo reciente en Anilao, Filipinas, configuré mi flotabilidad para situarme a aproximadamente 1,8 metros (6 pies) del fondo para poder capturar una imagen de una caracola araña milpiés. Dejé caer mi mano izquierda al costado de mi cuerpo, y luego sucedió: algo filoso se enterró en mi pulgar a través de mi guante. Miré hacia abajo a tiempo y pude ver a un aguijón del diablo contoneándose nuevamente en la arena.
En cuestión de segundos un dolor extenuante resonó en toda mi mano a medida que la toxina comenzó a propagarse de inmediato. Tomé una foto rápidamente de lo que me había picado y luego le di mi cámara al guía de buceo. El dolor en el pulgar era peor de lo jamás había experimentado. Me quité el guante y utilicé su velcro para rascar el punto de inyección, con la esperanza de disipar algo de la toxina. No podía arriesgarme a sufrir una insuficiencia respiratoria bajo el agua, así que finalizamos el buceo.
El guía de buceo dijo que el dolor debería desaparecer en aproximadamente 45 minutos. Tomé un antihistamínico del kit, y los guías de buceo sumergieron mi mano en un vaso con agua casi hirviendo y aplicaron vinagre para descomponer la toxina. El agua caliente fue mi único alivio y cuando saqué los dedos del agua mis articulaciones estaban rígidas. Después de 45 minutos, el dolor desapareció repentinamente.
Continuamos con un buceo vespertino, y aunque mis dedos aún estaban inflamados, el dolor disminuía a profundidad. Cuando salí a la superficie, el dolor volvió a aparecer con la misma intensidad de antes.
Me desperté en medio de la noche con un dolor insoportable. Tenía ambas manos inflamadas del tamaño de pelotas de sóftbol y me latían incesantemente. No podía comprender por qué tenía las dos manos hinchadas. Todos los demás estaban dormidos, así que me coloqué un poco de hielo, lo que empeoró las cosas.
En el vuelo de regreso a casa 11 días más tarde, cuanto más nos elevábamos, peor era la presión que sentía en las manos. Les mostré mis dedos inflamados a las azafatas. Alarmadas, me trajeron un vaso con hielo, que yo sabía no serviría de nada. Me hundí en mi asiento, sabiendo que no podría escapar del dolor por las siguientes 15 horas.
Después de llegar a casa vi a un especialista en manos que también es un buzo experimentado. El profesional diagnosticó que mi reacción en particular había sido el resultado del síndrome de túnel carpiano y dedo en gatillo en combinación con la toxina. Se necesitarían entre seis y ocho semanas para que la toxina abandonara mi sistema por completo. Me indicó un corticoide porque estaba demasiado inflamada para que me aplicaran una inyección de cortisona.
Mencioné que había leído que se debe recibir una vacuna antitetánica y me dijo que siempre debo tener la vacuna actualizada y que la infección bacteriana de la toxina es similar a pisar un clavo oxidado. El tratamiento más eficaz habría sido un corticoide junto con un refuerzo de la vacuna antitetánica dentro de las 24 horas siguientes a la picadura.
Después de tres meses de espera, aún no puedo sentir mis dedos y estoy probando diversos tratamientos. No creo que alguna vez sepa si la picadura, la falta de tratamiento o ambas situaciones causaron mi daño permanente en los nervios.
Aprendí que debemos familiarizarnos con la vida marina peligrosa presente en el destino que visitemos. Es importante saber cómo identificarla, qué evitar y qué hacer en una emergencia. Solicite atención médica lo antes posible en lugar de intentar aguantar, porque no se sabe cómo las toxinas pueden afectarlo. Siempre lleve un antihistamínico en su bolsa de buceo, y asegúrese de que su vacuna antitetánica esté al día.
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© Alert Diver — Q1 2024