En un intento de rescate la capacitación es fundamental

Si bien la pesca con arpón con aire comprimido no es inherentemente peligrosa, cualquier actividad que pueda incitar a un buzo a extender sus límites personales, ya sea perseguir a un pez a profundidad o permanecer un rato más para capturar una fotografía submarina, puede llevar un buceo al límite hasta convertirse en una tragedia. © TYLER MORRIS

Muchos buzos se enorgullecen de estar cómodos en el agua y a veces desafían sus límites respecto al consumo de aire, superan su tiempo de fondo o aprovechan una última oportunidad de capturar a un gran pez con una cámara o un arpón antes de ascender. Algunos de ellos desarrollan reputaciones en la comunidad de buceo por ser buzos competentes al verse geniales y experimentados sin asumir demasiados riesgos. Esto puede empezar de a poco, pero puede empeorar rápidamente y llevar a tomar malas decisiones, y el precio que se debe pagar no vale la pena. 

El entusiasmo por el deporte y una menor sensación de conciencia de la seguridad a partir de experiencias de buceo pasadas puede dar lugar a una falsa sensación de seguridad. Los buzos pueden desarrollar malos hábitos involuntariamente, como quedarse sin aire, sobrecargarse o desafiar sus límites y salirse con la suya —hasta que un día no lo logran—. 

Una vez estuve en una situación completamente evitable con unos buzos experimentados. Una pareja —un equipo de compañeros de nuestra embarcación— estaba pescando con arpón, y era su primer buceo profundo de la temporada. Más temprano esa mañana uno de ellos había bromeado sobre que algo se rompería o se estropearía. Creían que esto era inevitable y se tomaron la idea en broma. 

En el punto de buceo, mi compañero y yo ya estábamos a profundidad cuando ambos se lanzaron al agua ansiosamente con sus arpones listos. Realizamos nuestro buceo y regresamos a la línea de anclaje; mientras ascendíamos, vi que la pareja continuaba con su buceo a profundidad con sus largueros llenos de peces. 

Después de que mi compañero y yo regresamos a la embarcación y nos quitamos el equipo, me reuní con el capitán en la proa donde estaba observando la superficie esmeradamente para ver las burbujas de exhalación de la pareja. Controló su reloj y me comentó que se estaban demorando más de lo debido. No pensé lo peor automáticamente —la pareja era conocida en la comunidad de buceo local por ser buzos experimentados—. 

Observé cómo sus burbujas seguían apareciendo justo al lado de la proa, pero luego se detuvieron abruptamente. Eché un vistazo rápido alrededor de la embarcación e intenté determinar si simplemente los habíamos perdido o si se habían alejado de la embarcación y estaban haciendo su parada de seguridad en otro lugar. 

Como precaución, me volví a colocar el equipo con el tanque de mi primer buceo y regresé al agua. Miré debajo de la embarcación para ver si estaban en la línea de descompresión (hang line) y necesitaban algo, pero no estaban allí. Descendí por la línea de anclaje y esperaba encontrarlos haciendo una parada profunda alejados de la línea. En cambio, los encontré tendidos en el fondo a 34 metros (110 pies), inconscientes y sin aire. 

Primero vi la aleta de la mujer, apuntando hacia arriba mientras bancos de peces nadaban junto a ella. Comencé a nadar hacia ella, repitiéndome a mí misma una y otra vez: “por favor, que esto sea una broma. Por favor, que esto sea una broma. Dios, no permitas que esto sea real”. La mujer que esa mañana se había reído sobre la posibilidad de que algo saliera mal ahora yacía sobre su espalda, inmóvil en la arena sin el regulador en la boca y con demasiado peso por el equipo adicional. 

Rápidamente golpeé su máscara tres veces y vi un poco de sangre salir de su boca. Miré alrededor para ver dónde estaba su esposo y lo vi tendido en la arena hacia mi derecha. Intenté inflar su compensador de flotabilidad (chaleco), pero no le quedaba aire en el tanque, por lo que tiré de su cuerpo inerte hacia donde estaba él. Probé su inflador y descubrí que él también tenía el tanque vacío. 

Inflar manualmente sus chalecos con mis exhalaciones para llevarlos a la superficie habría tomado demasiado tiempo y agotado el aire que me quedaba. Intentar ascender a la superficie y a la vez controlar la flotabilidad positiva de dos buzos inconscientes y sumamente sobrecargados con equipo inflado era demasiado riesgoso, y llevar solo a uno de ellos a la vez cuando aún había esperanza de reanimarlos nunca fue una opción para mí. En ese momento resultó obvio que debía deshacerme de sus equipos. Les quité los chalecos rápidamente y me dirigí directamente a la superficie desde el lecho marino con un buzo en cada brazo, utilizando la línea de anclaje como guía visual.

Ni el capitán ni mi compañero de buceo esperaban que saliera a la superficie con dos buzos inconscientes, pero reaccionaron sin vacilar. El capitán se comunicó por radio con la Guardia Costera mientras yo subía a la embarcación. Mi compañero inició las maniobras de RCP en uno de los buzos y yo hice lo propio con el otro. Realizamos las maniobras de RCP por más de 40 minutos sin éxito. La Guardia Costera suspendió la reanimación por la radio y nos pidió que recuperáramos el equipo del fondo y que nos acercáramos a su estación.

La capacitación es fundamental. Mi capacitación de buceo me enseñó a planificar mis buceos de acuerdo con el consumo de mezcla respiratoria y siempre finalizar el buceo con aire de sobra. Cuando regresé al agua con mi tanque parcialmente vacío, no esperé encontrar a una pareja inconsciente y sin aire. Para la recuperación, me apoyé en los conocimientos que adquirí en una clase de rescate de buceo con aire comprimido dictada por Larry Brown en la Universidad Estatal de Carolina del Norte (North Carolina State University). Sin pensarlo, supe exactamente qué hacer. La memoria muscular tomó el control para que pudiera trabajar bajo presión. Si no hubiera sido por mi capacitación, podría haber titubeado o tomado una decisión incorrecta, y ese día se podría haber perdido a tres buzos en lugar de dos. 

Al no querer ser vista como una persona débil, me obligué a regresar al agua poco después del incidente. Me sentí algo ofendida cuando el capitán envió a otro buzo conmigo en mi primer buceo después del incidente como si necesitara una niñera. Todo estaba bien —hasta que no fue así—. De cero a cien, mis emociones invadieron mi máscara y rompí en llanto 30 metros (100 pies) bajo la superficie. Mientras intentaba mantener la calma, regresamos a la superficie, donde tuve el primero de muchos colapsos nerviosos a lo largo de los años.

Como buzos debemos aceptar que, a pesar de hacer nuestro mejor esfuerzo, las personas que intentamos rescatar pueden no sobrevivir. Pero perfeccionar sus habilidades de rescate para poder ponerlas en práctica de manera adecuada cuando es necesario evitará que también se convierta en una víctima.


© Alert Diver — Q1 2024

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