EL 6 DE FEBRERO DE 2022 TENÍA TODAS LAS CONDICIONES PARA SER UN DÍA PROMETEDOR en el agua en el golfo de México cerca de Destin, Florida. Si bien trabajo en una tienda de buceo, este era un viaje recreativo de recolección de peces león con amigos. Era una mañana fría, pero estaba soleado, el mar estaba tranquilo y no había ninguna otra embarcación a la vista. Todos teníamos al menos certificaciones de buceo avanzado en aguas abiertas, pero el capitán y yo éramos mucho más activos que el tercer buzo, que solo había hecho un par de buceos en el último año.
Cuando llegamos a nuestro primer naufragio, le preguntamos si quería bucear con el capitán, que tenía más experiencia, o conmigo, que tenía más credenciales como instructor y director de cursos. Hice el primer buceo con él y, fuera de las pequeñas demoras en el descenso mientras compensaba, tuvimos un buceo sin inconvenientes con un tiempo de fondo corto y paradas de seguridad conservadoras en el ascenso.
Durante nuestro intervalo de superficie, navegamos unos 16 km (10 millas) mar adentro a un arrecife natural situado a unos 33 metros (110 pies) de profundidad. Decidimos que yo permanecería en la embarcación durante el segundo buceo. Ambos buzos ingresaron al agua sin ningún problema evidente. Observé los dos grupos inconfundibles de burbujas en la tranquilidad del mar, pero no tenía forma de saber si el tercer buzo tenía demoras similares a las que había experimentado en nuestro primer descenso. A los pocos minutos vi una enorme explosión de burbujas desde abajo; en ese momento supe que se trataba de una situación grave.
Mientras procesaba la información, me obligué a calmarme como había enseñado y demostrado cientos de veces en cursos de rescate: me detuve deliberadamente, pensé y me preparé para actuar. El tercer buzo salió a la superficie sin el capitán. Estaba salpicando agua en todas direcciones, boca abajo en el agua. Primero pensé que estaba teniendo espasmos, pero luego me di cuenta de que aún estaba intentando nadar hacia arriba. Grité: “¡date la vuelta!”, una y otra vez. La manguera de su regulador estaba dando latigazos en la superficie; luego él se detuvo, y la manguera era lo único que seguía en movimiento.
La idea de detenerme y pensar se fue por la borda, y actué. Me lancé al agua con el traje de neopreno húmedo a la altura de la cintura y nadé hasta el buzo, que estaba a unos 6 metros (20 pies) de la embarcación. Me vinieron a la mente mis innumerables ejercicios de rescate, así que lo di vuelta, inflé su compensador de flotabilidad y cerré su válvula de aire para detener el latigazo de la manguera que había sido conectada a su segunda etapa. Le quité el regulador, que se había dejado en la boca a pesar de no tener suministro de aire y lo solté, sin una manguera que impidiera que se hundiera. Probablemente pensó que se había quedado sin aire e hizo un ascenso de emergencia.
Le miré la cara y se me cayó el alma a los pies —estaba convencido de que estaba mirando a un hombre muerto—. Tenía la cara pálida y los labios azules y no respiraba. Determiné que lo mejor era llevarlo a la embarcación estable para iniciar la atención justo como había practicado y enseñado en los cursos de rescate.
Aleteé hacia la embarcación, arrastrándolo con una mano debajo de su cuello para mantener su cabeza elevada mientras nadaba y le hablaba. En ese momento me di cuenta de que no tenía las aletas puestas y que estaba luchando contra una corriente que me alejaba de la embarcación. Sabiendo que esto ya no sería algo rápido, comencé con las ventilaciones de rescate. Hice las dos primeras incorrectamente con su máscara puesta y sin poder apretarle la nariz. Pensé que las había recibido de todos modos, pero hice dos más correctamente para estar seguro.
Mientras aleteaba hacia la embarcación, le administré dos más y escuché un gorgoteo. Inicialmente pensé que estaba expulsando las ventilaciones, pero me di cuenta de que era su propia respiración rasposa y húmeda. No recuerdo exactamente cómo lo logramos, pero llegamos a la escalera de la embarcación. Le quité el equipo, y mi primer pensamiento fue que dejaría que la adrenalina del momento me ayudara a subirlo a bordo, pero me fue imposible subir su cuerpo de 1,85 metros (6 pies y 1 pulgada) y 104 kg (230 libras) a la embarcación. Volví a evaluar la situación, me paré en lo más alto de la escalera y enganché mis brazos debajo de los de él, con él mirando en la dirección opuesta; tenía la intención de que rebotáramos hacia arriba y hacia abajo y cayéramos hacia atrás dentro de la embarcación en el tercer rebote.
Antes de poder intentarlo, preguntó algo como: “¿dónde estoy?”. Nunca había sentido un alivio tan repentino en toda mi vida. Le pregunté si podía subir la escalera por sus propios medios si le quitaba las aletas. Me dijo que sí, y logramos que volviera a la embarcación.
Después de ayudarlo a sentarse, fui a buscar al capitán, que estaba saliendo a la superficie. El tercer buzo parecía estar bien, pero, a modo de precaución, le administramos aire enriquecido Nitrox al 32 por ciento (no teníamos un kit de oxígeno), llamamos a la Guardia Costera y llegamos a su estación en un tiempo excelente. Al darnos cuenta de que aún no estábamos fuera de peligro, seguimos administrándole Nitrox y se lo entregamos a los rescatistas del servicio médico de emergencia que se encontraron con nosotros en la estación de la Guardia Costera. Les dimos su computadora de buceo, y lo trasladaron al hospital local.
En caso de que no hubiera un médico experto en medicina de buceo, le enviamos todos los números de DAN® por mensaje de texto para que se los diera al personal médico. Al día siguiente nos comunicamos con DAN para compartir lo que había sucedido e informarnos sobre qué podíamos mejorar.
A partir del incidente, aprendí muchas lecciones. El regulador del tercer buzo se había desenroscado de la manguera de baja presión a casi 30 metros (100 pies), por lo que pensó que se había quedado sin aire de repente. Hizo un ascenso de emergencia en lugar de intentar descender un poco más para compartir aire, pero el regulador secundario hubiera sido la solución inmediata para realizar un ascenso seguro.
Felizmente, el resultado solo fueron lesiones leves para el tercer buzo. La noche anterior, durante la cena, algunos miembros de nuestro personal e instructores habían hablado sobre la importancia de exhalar en todo el trayecto durante un ascenso de emergencia y mantener el regulador colocado para poder obtener un poco de aire. Si bien no pudo conseguir un poco de aire extra, mantener el regulador en la boca tal vez evitó que tragara agua, e impidió la ruptura de un pulmón al exhalar todo lo que pudo a lo largo del ascenso. Este incidente también es un recordatorio de lo importante que es asegurarse de que todas las conexiones se hagan de manera correcta y que estén bien ajustadas durante un control del equipo y siempre tener un kit de oxígeno a bordo.
A pesar de que mi labor en el agua distó mucho de ser perfecta, entrenamos, enseñamos y repetimos todo para poder recordar la mayor parte en momentos de crisis. Nunca he tenido un buceo perfecto en el que no hubiera algo para enseñar. Espero que otras personas puedan aprender de lo que hice y que no tengan que vivir esa experiencia ellos mismos.
Alert Diver - Q2 2022