En las décadas de 1990 y 2000, con frecuencia me aventuraba hacia el área conocida como “Graveyard of the Atlantic” (Cementerio del Atlántico) cerca de la costa de Carolina del Norte en expediciones para bucear a 72 metros (235 pies) en el USS Monitor. En 1990 habíamos sido los primeros buzos que no pertenecíamos a la NOAA en visitar el naufragio. En nuestra expedición de mayo de 1993, nuestra tarea era documentar uno de los buques de guerra más famosos del mundo con fotografías y videos. Monitor. In 1990 we had been the first non-NOAA divers to visit the wreck. Our task on this May 1993 expedition was to document one of the world’s most famous warships with still photography and video.
El primer día de nuestra expedición de buceo fue todo un éxito en condiciones ideales. Pero esa noche un fuerte viento agitó las aguas del mar en el lugar del naufragio y tuvimos que cancelar los buceos del día siguiente. Dos días más tarde, todos estábamos ansiosos por regresar al agua —y resultó que estábamos demasiado ansiosos.
Había una fuerte corriente en el lugar y las olas eran muy altas, pero decidimos intentar bucear; ese fue nuestro primer error. Mi compañero de buceo y yo nos preparamos rápidamente e ingresamos al agua, convencidos de que el resto del equipo prepararía el gran tanque de oxígeno puro y las mangueras de suministro desde la superficie que necesitaríamos para nuestras largas paradas de descompresión cuando regresáramos. A diferencia de lo que ocurre hoy, cuando los buzos técnicos que se sumergían a esta profundidad preferían Trimix, nosotros buceábamos con aire. Lamentablemente, no habíamos quitado la línea extra de 91 metros (300 pies) llena de nudos que habíamos usado para marcar la línea de boyas existente para nuestros buceos anteriores. Ese fue nuestro segundo error, y tuvimos que bajar por casi 183 metros (600 pies) de línea contra la corriente.
Yo llevaba una gran caja estanca de videocámara y dos baterías pesadas, además del resto de mi equipo. Cuando llegamos al Monitor, ya estaba agotado, pero la corriente parecía ser cada vez más fuerte con cada minuto que pasaba. Pronto nos dimos cuenta de que las condiciones no estaban colaborando y decidimos salir a la superficie antes de agotar nuestra mezcla respiratoria.
Ascender por la línea fue difícil. Para evitar ser arrastrado por la corriente, me sujete a la línea de descenso con una cuerda corta llamada línea Jon (Jon line) y la movía mientras me elevaba. Al llegar a la unión de la línea adicional de 91 metros (300 pies), no podía deslizar mi línea Jon sobre los nudos, pero tampoco podía arriesgarme a desengancharla para avanzar. La desconecté de mi arnés, la dejé y continué con mi ascenso, sosteniendo la línea de descenso con la mano.
Comencé mis paradas de descompresión a los 15 metros (50 pies) con paradas adicionales cada 3 metros (10 pies). En la parada de los 6 metros (20 pies), otra línea fluía horizontalmente en la corriente desde la línea de descenso. Me moví hacia la nueva línea para hacer la descompresión y me di cuenta de que me estaba quedando sin aire, por lo que busqué las mangueras de suministro desde la superficie. No estaban amarradas a la línea principal y estaban a merced de la corriente, y no había ningún buzo de seguridad a la vista —dos errores más para agregar a la lista.
Estaba empezando a asustarme y tenía las manos ocupadas con la cámara de video, por lo que enganché mi pierna derecha alrededor de la línea horizontal para evitar ser arrastrado por la corriente. La corriente hizo que esta línea se enredara en mi tobillo y se ajustara como un lazo. En ese momento ya no me quedaba aire en los tanques principales. Tenía un cilindro de seguridad de 849 litros (30 pies cúbicos), lo que debería haberme proporcionado oxígeno suficiente para completar las paradas de descompresión. Intenté alcanzar el regulador, pero no lo había sujetado a mi arnés como lo hacía habitualmente, y la fuerte corriente lo había soltado. Conseguí tomarlo y no pude inhalar nada. No había cerrado la válvula después de cargarlo, por lo que la corriente que arremetía contra la boquilla había creado un efecto Venturi y había purgado el tanque. Estaba atrapado a 6 metros (20 pies) de la superficie sin mezcla respiratoria y sin alguien que estuviera al tanto del peligro al que me enfrentaba, y esperaba que mis errores con la línea y mi mezcla respiratoria no fueran los últimos de mi vida.
Podía ver a mi compañero debajo de mí, pero no podía alcanzarlo ni llamarlo. Con más tiempo podría haber cortado la línea con mi cuchillo, pero la falta de aire disminuyó mis opciones. Pensé que me iba a ahogar a solo 6 metros (20 pies) de la superficie. Este incidente sucedió en segundos, pero recuerdo pensar que mi única esperanza era que uno de los buzos de apoyo me viera y me llevara a la superficie a tiempo para reanimarme. En algún momento había amarrado la cámara y las baterías a una de las otras líneas, pero no recordaba haberlo hecho y pensé que las había dejado caer. No puedo recordar en qué momento de mi ascenso sucedió esto, pero tuvo que ser antes de que me quedara sin aire, o habría sido una demora potencialmente fatal. Si me hubiera quedado sin aire, habría sido necesario deshacerme del equipo.
De repente estaba en la superficie, pidiendo ayuda mientras tosía y batallaba por respirar. Había omitido más de 30 minutos de descompresión y me preocupaba tener una enfermedad por descompresión (EDC). Afortunadamente, la embarcación de buceo estaba cerca y en pocos minutos me sacaron del agua, me quitaron el equipo y me administraron oxígeno.
Miembros de mi equipo de expedición eran expertos en el tratamiento de accidentes de buceo y utilizaron un dispositivo Doppler para monitorear la presencia de burbujas en mi cuerpo. Permanecí de costado por más de tres horas, bebí mucha agua y respiré oxígeno puro con la esperanza de que estas medidas de primeros auxilios evitaran que tuviera una EDC, dado mi rápido ascenso y la omisión de las obligaciones de compresión. A pesar de las burbujas venosas que el Doppler mostraba, que pueden aparecer incluso en buceos sin inconvenientes, nunca tuve ningún síntoma de EDC. No me ahogué y no perdí ninguna pieza de equipo costoso; tuve suerte. Para cuando regresamos a la costa, me sentía bien y no tenía ningún síntoma. En ese momento de mi carrera de buceo no me di cuenta de la gravedad de mi situación, y no hice un seguimiento con una evaluación médica —otro error para agregar a la lista.
¿Cómo había logrado soltarme de la línea y llegar a la superficie? Mis botas de buceo eran los tradicionales botines sin cierre. Para evitar sufrir ampollas por la costura central, siempre coloco una bolsita de plástico en mi pie para que el botín se deslice y pueda ponérmelo y quitármelo más fácilmente. Una descarga de adrenalina me permitió sacar mi pie del botín de un jalón y luego aletear intensamente hacia la superficie. Mi compañero de buceo más tarde me dijo que en un momento se dio vuelta y vio mi bota y mi aleta enganchadas en la línea y que se preguntó dónde diablos me encontraba.
Mi accidente fue producto de varios errores que nunca tendrían que haber ocurrido. Aprendí muchas lecciones ese día y creo que soy un mejor buzo a partir de ello. En la gran cantidad de expediciones que hemos realizado al Monitor por más riesgosas que fueran, nadie sufrió ninguna lesión grave. Por desgracia, algunos de los compañeros de buceo que tuve en el Monitor no tuvieron tanta suerte. Desde entonces, dos de los miembros del equipo murieron en accidentes en otros naufragios. A menudo pienso en ellos y recuerdo que casi pago el precio más alto por mis “pequeños” errores.
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